martes, 9 de julio de 2013

9 de julio

la voz del pueblo - 09/07/2013
"¡Sí!"
Escribe Horacio Ramírez


La bandera de Mayo estaba agotada.
Quizás no nuevos ojos pero sí nuevas miradas, se asomaban tras los jirones de aquella bravuconada de 1810 a la que España se había decidido ponerle fin. Era un gigante en plena caída que trataba de asirse a los laureles de una vieja gloria, sin percatarse de que a esa altura ya eran puro adorno... pero en su caída, la península todavía podía hacer mucho daño.
Ese naciente territorio era un yermo de desorientación. Cada camino que se extinguía abría las puertas a un nuevo fantasma. Cada curva que debía abordar la sopanda que llevaba a los congresales, era un miedo al salvajismo, a ser atacados por bandoleros o, peor aún, por los indios. Los políticos de aquellos años se ponían el uniforme de expedicionarios en un viaje de semanas hasta el corazón mismo del territorio: Tucumán.
La idea era una nación continental, continuando el Plan Revolucionario de Moreno y que Castelli intentara consagrar en su marcha al Norte. El gran antecedente era la Logia Lautaro de la Revolución de Octubre de 1812, con la acción decidida de San Martín, Guido, Manuel Moreno y Monteagudo, que depuso al Primer Triunvirato, el que, a la vista de todos, encarnaba los intereses contrarrevolucionarios que hacían peligrar la bandera de 1810. Esa nación Continental era el fundamento filosófico del plan de San Martín y de su alianza con Belgrano, Güemes y OHiggins. Plan que aparece aquel 9 de julio de 1816 en la atmósfera de la Declaración de la Independencia que fue hecha a nombre de las Provincias Unidas en Sud América y no del Río de la Plata... y que poco tiempo después falsearía el partido mitrista porteño. Plan continental que respondía a la red de cartas que circulaban por los Andes y se distribuían por las pampas y las sabanas venezolanas. Plan de San Martín, Belgrano y Güemes, así como de OHiggins, Bolívar y, a la sazón detenido en Cádiz, Paco Miranda.
Había que irse al corazón mismo del único territorio que el ya antiguo gigante hispano no había reconquistado para julio del 16... y en gran medida, había que alejarse de Buenos Aires, donde se cernían intereses peligrosos a la causa de la Independencia. Había que estar cerca del fervor bélico: allí donde Belgrano había salvado la Revolución en 1812 y cerca de donde su grandiosa propuesta encontraba sentido: reavivar la verdad histórica que yacía en el antiguo imperio Inca... Más allá del hecho de contar en aquellos lares, con potenciales 2 millones y medio de almas contra el vasto vacío de las llanuras del sur...
Todas esas voluntades habían, por fin, alcanzado la instancia decisiva el 9 de julio de 1816. En aquella casa en el corazón del corazón del territorio se juntaron, aunque no todos, los suficientes como para poder declarar la independencia. El diputado por San Juan, Laprida, hizo la pregunta: "¿Queréis que las provincias de la Unión sean una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli?". Se oyó la respuesta: "¡Sí!". Y así surgió la Nación, coronando una Patria que había empezado a vivir desde 1810...
Pero así también se fueron destejiendo las fuentes del pensamiento original.
La propuesta de Belgrano -votada en mayoría simple, por ausencia de diputados porteños- no prosperó. Su candidato al trono incaico, Don Dionisio Inca Yupanqui, nunca pudo volver a sus montañas y murió en 1827 en Buenos Aires, enterrado sin nombre en el cementerio de la Recoleta. San Martín desistió, volviendo a la Europa que lo había formado como libertador. Belgrano muere olvidado y pobre en Buenos Aires y hasta el propio Laprida fue muerto tras apoyar la revuelta unitaria del 29, por las fuerzas que contaba con un joven Sarmiento en sus filas. Se rindió sin oponer resistencia y como escarmiento, fue enterrado hasta la cabeza y se hizo pasar una tropilla de caballos sobre ella. Nunca se supo el destino de su cuerpo...



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