la voz del pueblo - 15/04/2013
A los 90 años, disfruta del resultado de su
trabajo
Fangauf: el emblema de
Dunamar
Angel aceptó la propuesta de Ernesto Gesell en la década del 50
y puso en marcha la tarea de fijación de médanos y las plantaciones en Dunamar.
Allí no había vegetación y abundaba la arena.
Con perseverancia, llevó adelante
una misión que permitió multiplicar los árboles en el barrio parque. Destaca el
apoyo de su familia y dice que "es muy lindo" el reconocimiento que le brindaron
vecinos que impusieron su nombre a una plazoleta (Fotos: gentileza Raúl Cortés y
Carolina Mulder)
Por Alejandro Vis
Angel Fangauf sale de su casa para recibir a este diario y deja en claro en
su actitud que se encuentra con la mejor predisposición para llevar a cabo la
entrevista. Parado en el acceso a la propiedad donde vive en Dunamar, sobre
calle Belgrano, saluda con amabilidad y espera indicaciones del periodista y la
reportera gráfica. Está acompañado por Rodolfo, uno de sus dos hijos. Son las
cinco de la tarde de un día de semana y Angel cumple en primer lugar con la
producción fotográfica, para luego sí sentarse a conversar en el interior de
su casa.


Dunamar es el lugar que eligió de joven, cuando Ernesto Fridolín
Gesell -el padre de Isabel, quien sería luego su mujer- le planteó el desafío de
concretar la fijación de médanos y de incorporar árboles. "La idea era
transformar un desierto en un oasis. Un desierto de arenas movedizas convertirlo
en un paraíso", explica.
Reside en la misma casa donde vivió desde que llegó
a Dunamar, en la década del 50. El 30 de noviembre pasado cumplió 90 años y
muestra una vitalidad admirable que puede apreciarse -por ejemplo- cuando
conduce su automóvil por las calles del barrio parque o en sus pasos firmes y
rápidos al caminar. Conserva en su memoria recuerdos y vivencias, que describe
con claridad. Enumera detalles y aspectos puntuales cuando habla del trabajo, de
la multiplicación de plantaciones en una zona que era muy agreste. En cambio, se
limita a pronunciar pocas palabras al ser consultado sobre los reconocimientos,
como la imposición de su nombre en enero último a una plazoleta; "es muy lindo",
indica. No es que no les otorgue importancia, simplemente evidencia el perfil
bajo que lo ha caracterizado, más allá de la valoración de su tarea que hacen
los vecinos de Claromecó.
La "selva grande" y la "selva chica"
Fangauf sostiene que
puertas afuera está "la selva grande", mientras que posee una quinta en su
propiedad a la que denomina "la selva chica". Asegura que no inicia el día muy
temprano; "más o menos", responde sobre el horario de comienzo de la jornada, y
explica que "salgo a hacer algunas actividades en la quinta. Hay para
entretenerse; en todo caso buscar hormigas, que siempre andan, y controlar
malezas que no son convenientes. Por lo demás, el término malezas para mí no
existe porque todo en la naturaleza tiene alguna finalidad, cumple una
función".
También suele recorrer el bosque que habitualmente es identificado
con su apellido, otro lugar de trabajo para la familia. Una tranquera con
candado actúa como barrera para el ingreso al predio, principalmente para evitar
acciones imprudentes como el encendido de fuego, que pueda poner en riesgo la
abundante arboleda. Posee vacas que consumen el pasto y contribuyen así a
controlarlo; "el principal motivo es evitar que pase lo que ocurrió en el verano
en dirección a Reta, cerca del Médano Blanco, donde se produjo un incendio. Se
logra que el pasto no se seque, hay brotes tiernos y el riesgo se reduce
mucho".
Deja en claro que la tranquera con candado no implica que el ingreso
esté prohibido. "Es para todos puedan disfrutar y cuando quieran pasar, lo
pueden hacer -afirma-. Lo tenemos con llave para tratar que no vaya gente con la
idea de hacer un fueguito, un asado o tomar unos mates. Para evitar eso
permanece cerrado y controlado".
Un autodidacta
Es hijo de alemanes y nació en la capital
federal, donde vivió los primeros años de su infancia. Luego la familia se mudó
a Cipolletti, provincia de Río Negro, donde instaló un vivero de plantación de
frutales. Relata que "por entonces nos agarró tos convulsa. Eramos seis
hermanos. Nos recomendaron aires de mar y mi padre, a los más atacados, nos
cargó en el coche y salimos a conocer toda esta zona. Yo tenía 12 ó 13 años. Fue
cuando conocí Claromecó".
Con precisión, hace referencia a "los chalets de la
familia Bellocq" y comenta que "en una tranquera había un viejito, dejaba pasar
a los que podían pasar. Los caminos, por supuesto, eran precarios".
Dos
décadas más tarde, junto a Ernesto Gesell, se radicó para dar inicio a la
fijación de los médanos. "Vine el 1° de octubre de 1953 y enseguida me largué
con todo -indica-. Era cuestión de encarar y no aflojar".
Se requería de
perseverancia e intuición. El día a día tenía mucha mayor importancia que una
inspiración ocasional. Argumenta que "soy criado en la Patagonia, traía algo de
conocimiento sobre desiertos y plantaciones. Uno va viendo y se va incorporando
al medio ambiente, hay que trabajar mucho con la intuición". También había
desarrollado tareas con médanos en el sur de San Luis y en Córdoba, con otras
técnicas y principalmente para recuperar terreno que luego se destinó a la
ganadería". Con estudios primarios y una gran capacidad de aprendizaje como
autodidacta, supo entender la manera de interactuar con la naturaleza.
Cada
paisaje plantea dificultades particulares. En este sentido, comenta que "hay
poca literatura porque es muy cambiante. Me puedo poner a escribir sobre los
trabajos que hemos hecho, pero aplicado en Dunamar. En la siguiente zona ya hay
que hacer un plan distinto. Cada lugar es único, tiene su
personalidad".
Había una sola casita y abundaba la arena. Ante la propuesta
de Gesell, admite que "en la primera salida que hice estaba medio asustado. Lo
pensé un poco y consideré esto es interesante, es un desafío. Y lo
encaré".
La radicación de vecinos y turistas formaba parte de un proyecto
orientado claramente al futuro, propio de quienes tuvieron una mentalidad
pionera en Dunamar. "Cuando yo vine ya estaba el proyecto y parte de las calles.
Pero dentro de la zona loteada había médanos vivos, necesitábamos fijarlos sí o
sí", subraya.
Una de las razones que le otorgaba complejidad a las
actividades es que se debía "hacer simultáneamente todo". Fangauf manifiesta que
tenían que abarcar "desde el arroyo hasta el Médano Blanco. Si uno se quedaba en
un lugar y fijaba esa parte, cuando se quería acordar estaba la próxima duna
encima. Mientras que en el Médano Blanco, por razones de las corrientes
marítimas, hay una transición natural".
Además de tener en cuenta la
totalidad de la superficie, establecieron etapas para ir modificando los niveles
y alturas; "la duna muy grande conviene ir fijándola en la base y que se vaya
corriendo, arriba es muy seco y agarra todo el viento", argumenta.
El equipo
que se conformaba para estas tareas se desempeñaba principalmente en otoño y en
primavera. Por razones relacionadas con el clima, "en verano y en invierno no se
hacía prácticamente nada. En el resto del año tenía tres o cuatro personas que
colaboraban conmigo, era más apacible. No se podía contar con más porque no
constituía una actividad que produjera en el corto plazo, de decir planto,
siembro y a fin de año cosecho".
Tampoco es una zona que brinde las
condiciones adecuadas para la forestación, porque "se encuentra muy castigada
por los temporales del sur. No da madera buena, pero igualmente algo se puede
obtener. Se hizo una pequeña explotación, con resultados positivos".
Los
logros tardarían en llegar. Hacía falta una mentalidad preparada para el largo
plazo, así como ejercitar la paciencia y el temple frente a las adversidades.
Sostiene que "se alternaba el médano con la tosquilla, características propias
de un gran desierto. Los pocos pastos naturales que venían espontáneamente, a
medida que avanzaba la arena sucumbían y nacían otras plantas nuevas".
La
amistad lo unió con el ingeniero agrónomo Gerardo Paolucci, uno de los
referentes en el desarrollo y plantación de especies que hicieron posible la
creación de la Estación Forestal. Fangauf señala que "yo iba a mirar cómo
trabajaban allá y él venía a conocer lo que estábamos haciendo en Dunamar. Fue
una gran ayuda". Paolucci llegó a Claromecó cuando aún no había culminado su
carrera, lo que hizo años después, con una postergación que obedeció a la
dedicación plena que brindó a la generación del Vivero de la localidad.
En familia
Ernesto Gesell compartía un proyecto con su
hermano Carlos Idaho, quien en la década del 30 adquirió terrenos costeros
-donde años después se formó Villa Gesell- para fijar las arenas y llevar
adelante una forestación tendiente a abastecer a la fábrica de muebles de su
familia. Pero surgieron diferencias y decidió llevar adelante un emprendimiento
en Claromecó. "Acá era todo un poco más difícil por el tipo de arena, la
ubicación más al sur y debido a que se trata de un lugar que está expuesto a los
temporales", comenta Fangauf.
Su padre conoció a la familia Gesell en
Alemania, por lo cual el vínculo es muy anterior al hogar que conformaron Angel
e Isabel. "Se hizo ciudadano argentino cuando vio que venía la Segunda Guerra
Mundial -menciona-. Dijo, con una, basta. Y no estaba de acuerdo con el régimen
de Alemania en ese momento. Sus hijos nacimos en este país". El abuelo de su
esposa era el reconocido economista Silvio Gesell.
Cuando surgió el desafío
de controlar las dunas, no dudó en radicarse en Dunamar porque "había que
encarar la tarea con todo, sin contemplaciones de ninguna clase. Los que más
sufrieron fueron mi señora y los chicos, no tenía tiempo para ellos".
Por
este motivo, destaca que "la familia me acompañó siempre". Piensa unos segundos
y lo reitera: "Fue así, ya lo creo. Mis dos hijos colaboraron siempre. Rodolfo
es ingeniero agrónomo y Carlos trabaja con colmenas, entre otras actividades. Me
han ayudado en todo lo que hizo falta".
Habla de los primeros tiempos, con
"inviernos muy duros. No había reparo, los temporales castigaban con todo. En un
principio tuvimos un carrito con dos caballos y después pudimos conseguir un
jeep para andar y controlar. Y en una etapa siguiente, incorporamos un tractor
de doble tracción que facilitó mucho todo".
No había ramas, por lo cual era
necesario ir en busca de paja de lino a los campos de la zona. Se debía
aprovechar al máximo lo poco con que se contaba. Plantaron tamariscos, que son
muy resistentes, una variedad de acacia, pinos, eucaliptos y otros árboles.
Ernesto Gesell aportó el financiamiento y realizaba visitas de manera frecuente;
en este sentido, dice que "le gustaba esto y ver como de a poco se iba
modificando".
En el bosque
Fangauf invita a recorrer el bosque, ubicado
detrás de los médanos en dirección a Reta. Camina unos cien metros para sacar el
auto de un garaje ubicado en otra cuadra y con el acompañamiento de Rodolfo,
describe las características de la copiosa arboleda que se encuentra cruzando
una tranquera, en el predio que tiene unas 450 hectáreas.
Allí las
plantaciones se empezaron a incorporar meses después de asumir el desafío de
fijar los médanos. En consecuencia, algunas especies tienen poco menos de
sesenta años.
Transita por el sendero de memoria. Es parte del paraíso que
creó en mucho tiempo de esfuerzo. A los 90 años lo disfruta, lo comparte con
este diario y lo valora. La misión ha sido cumplida y él observa, con
satisfacción, cómo pudo llevar adelante el desafío. Pensó que valía la pena y
claramente, tenía razón.
La ficha
Lugar y día de
nacimiento: ciudad de Buenos Aires, el 30 de noviembre de 1922. Sus
padres eran alemanes
Su familia: Se casó en 1955 con Isabel
Gesell, quien falleció el 13 de mayo de 2006. Sus dos hijos son Carlos, de 56
años, y Rodolfo, de 54
Estudios: primarios. Se formó
principalmente como autodidacta y a partir de su experiencia laboral
Expansión
Angel Fangauf califica como
"impresionante" el crecimiento que se ha registrado en la construcción de
viviendas en Dunamar. "Se ve una progresión geométrica. Hay muchas casas muy
lindas, en medio de arboledas, por todas partes", afirma. Y recuerda que "se han
hecho terrenos de superficie más bien grande para que todos tengan lugar y se
vendieron con plantas. Los turistas que compraron una casa están uno o dos meses
en el año y cuando llegan no es época de plantar
Cuando todo estaba por
hacerse
Las imágenes históricas del Barrio Parque Dunamar, en
los orígenes de la plantación de miles de árboles que encabezó Angel Fangauf
junto a colaboradores, muestran las características desérticas. Pocas
construcciones, escasa vegetación y medios limitados para concretar la fijación
de dunas. Justamente de eso se trataba, de afrontar las adversidades y
superarlas, pese a los contratiempos que seguramente fueron numerosos y a veces
invitaban a poner freno a la tarea. Pero nada de eso ocurrió, la continuidad
hizo posible la transformación.
La traza de caminos en medio de la nada
mostraba la existencia de un proyecto y de una organización pensada para generar
las primeras radicaciones en un ámbito que se presentaba inhóspito, cruzando el
arroyo Claromecó. Fangauf llegó y decidió quedarse, para no descuidar lo que se
fue consiguiendo con el paso de los años y ante todo, debido a que se trata de
una actividad que hace con alegría. Una forma de vida que adoptó para él y los
suyos, que le despierta entusiasmo y a los 90 años, lo lleva a caminar con
energía por las calles de un lugar que es muy distinto al que encontró cuando
era joven.













la voz del pueblo - 15/04/2013
El emblema de Dunamar
"Fue muy meritorio, lo lleva en el
alma"
Lo afirma Víctor Dubovik, quien trabajó con Don Angel en la
fijación de médanos
(Foto Carolina Mulder)

Por Claudio Menéndez
Víctor Dubovik trabajó muchos años con Don Ángel en la fijación de médanos en
Dunamar. Dice no recordar cuántos exactamente, pero se inició "cuando era pibe,
recién egresado de la Escuela Agrícola, tendría unos 16 años. Por ahí uno estaba
una temporada sí y otra no, y después volvía, según el trabajo que haya que
hacer. Yo empecé en la parte apicultura, con Gesell, y después pasé a trabajar
en la fijación y plantación con Don Ángel. Plantamos miles de tamariscos con
otros compañeros, entre ellos Eduardo Chueco Bancur y su hermano
Carlos. También estaba con nosotros Christian Madsen, el pescador".
Acerca de
este mitológico personaje claromequense, Víctor tiene cientos de anécdotas, y
cuenta una de ellas. Dice que "ahora yo estoy dictando un curso de jardinería, y
el otro día lo invité a Don Ángel a que diera una charla a los alumnos. Ahí
aproveché a contar esto: nosotros íbamos a fijar médanos en un carro tirado por
caballos. Llevábamos ramas para hacer el trabajo, Don Ángel nos había enseñado a
estibar y a colocarlas de tal manera que se armaba una pila muy grande y no se
caían del carro. Generalmente Christian iba arriba de ese montón de ramas, y el
chiste era hacer pasar una de las ruedas del acoplado por el costado de un
médano, de manera que se inclinase. Entonces Christian iba a parar al suelo,
revolcado entre las ramas, y lo hacíamos enojar", cuenta Víctor entre
risas.
Afirma Dubovik que "se trabajaba con las estacas de tamarisco, Don
Ángel siempre adelante, él trabajaba no a la par, más que los demás. El personal
se iba alternando, hay gente que muy pocos recuerdan como Montañez, el
correntino Duarte, Da Silva y otros más. También había una buena relación con el
ingeniero Gerardo Paolucci, el director de la Estación Forestal, donde se
producían plantas para Dunamar. En el proceso de fijación de médanos se trabajó
en conjunto y se iban haciendo experimentos, no había experiencia previa, y lo
que dicen los libros generalmente difiere de la realidad. Ahí está uno de los
grandes méritos de Don Ángel, que además de ser un estudioso hasta hoy en día,
también ha sido un gran observador, del clima, de los vientos, de la topografía
del lugar. Las cosas hay que hacerlas acompañando a la naturaleza, cuando uno
quiere ir en contra, ahí es donde falla".
También recuerda que "una vez
llegaron ingenieros que le sugerían poner especies de árboles para embellecer el
paisaje y quitar otras plantas, especies que no son de esta zona y no hubiesen
prosperado. Don Ángel siguió con los tamariscos y quedó demostrado que tenía
razón, todo eso se puede ver hoy".
Agrega Víctor que "lo de Don Ángel fue muy
meritorio, lo lleva en el alma. Yo aprendí mucho de él y del ingeniero Paolucci.
Se aprovechaba el material existente en el lugar, ramas, garras de león. Era una
fijación a largo plazo, el objetivo era ir mejorando paulatinamente el terreno.
En la Estación Forestal se trabajaba con paja de lino, un trabajo más intensivo
y corto, pero más costoso. Igualmente Dunamar era una inversión tremenda para la
época, los hermanos Gesell tenían una visión muy clara y a futuro, pero en su
momento todo ese trabajo parecía una locura. Y Don Ángel tomó ese compromiso, y
lo continúa hasta el día de hoy. Por eso es muy merecida esta nota, y todo
homenaje que se le haga, la gente tiene que saber y conocer de estas
personas".