sábado, 24 de marzo de 2012

en 1ra persona

la voz del pueblo - 24/03/2012
Crónica de una noche de miedo

 

Por Horacio Arbasetti

Uno de los policías nos dijo que teníamos que acompañarlos, nos subieron al móvil y otro se hizo cargo de mi auto para llevarnos a la Comisaría 11ª que quedaba en la zona

Hoy se conmemora un aniversario más del comienzo de una de las dictaduras más tremendas que conmovió a la Argentina, hecho que por diversas cuestiones nos toca a cada uno de los que habitamos y pasamos por esto en nuestro país.
La mía es una de esas historias que "por suerte, buena fortuna o vaya a saber por qué tuvo final feliz", pero que de mi memoria no se borrará jamás.
En esa época, año 1977, yo cursaba en la Universidad de La Plata la carrera de Arquitectura y teníamos que preparar una entrega para una de las materias. Tenía dos compañeros con quienes trabajábamos siempre en conjunto y por una cuestión de comodidad nos instalamos en la casa de uno de ellos. Como lo sabrán, si tienen algún amigo que haya estado en esta carrera, los estudiantes de arquitectura tenemos por naturaleza hábitos nocturnos, por comodidad y en la mayoría de los casos porque la noche es buena compañera: sin ruidos, buena música de fondo y mate de por medio.
En ese tiempo mi madre se encontraba en La Plata, porque la atendía un médico de esa ciudad, más precisamente durmiendo en la pensión donde yo vivía.
Volviendo al relato de la "historia", serían como las tres de la mañana y habíamos terminado con lo que pensábamos preparar para la entrega; el dueño de casa nos acompañó hasta la puerta de su departamento, que estaba en la zona de Plaza Rocha, y yo me ofrecí a llevar a mi otro compañero hasta la terminal de ómnibus de La Plata para que tomara el micro hacia su casa, ya que vivía en City Bell. Nos despedimos y subimos al auto (un viejo y querido 128) y partimos para allá. No habíamos más que circunvalado la plaza para tomar la avenida 7 cuando de una calle lateral se nos puso a la par una de las famosas Dodge 200 con cúpula que utilizaba la policía en ese momento; mi compañero sólo miró hacia el lateral del vehículo que nos pasaba y ahí comenzó todo.
Metros más adelante la camioneta se detuvo, bajaron varios policías con armas y nos pararon. Luego del pedido de los documentos, míos y del auto, y de mi compañero y de preguntarnos "¿qué hacíamos a esa hora?", les contestamos que éramos estudiantes, a lo que nos solicitaron las libretas de la universidad. Sin mediar más, uno de los policías nos dijo que teníamos que acompañarlos, nos subieron al móvil y otro se hizo cargo de mi auto para llevarnos a la Comisaría 11ª que quedaba en la zona.
Nos chequearon, registraron las huellas digitales y documentos, y nos pasaron para un calabozo común con varios detenidos (entre los que había algunos por un disturbio que se había producido en un partido de fútbol entre Gimnasia y Boca y presos comunes). Un policía barrotes de por medio comentaba con otro "que podían tratar de tomar la comisaría", que "tenían que estar alertas", así que imagínense dos "tiernos" como nosotros, que alguna vez habíamos tenido que pagar una contravención por "semáforo en rojo" lo que empezamos a pensar.
A la hora nos pasaron a un calabozo a los dos y a partir de allí quedamos virtualmente "incomunicados". Yo les pedía que no fueran a mi pensión, porque mi madre no iba a entender nada además de estar en un tratamiento psiquiátrico y en una ciudad a la que iba sólo cuando tenía que concurrir al médico.
Uno de los principales problemas que más me asustó es que en esa madrugada los policías corrían por los techos de los calabozos como si lo que habíamos escuchado antes (el de "copar la comisaría") pudiese ocurrir. En mi cabeza comenzaron a pasar imágenes como que podíamos aparecer en Punta Lara o "Boca Cerrada", un paraje donde muchos de los muertos por "enfrentamientos" eran tirados y los cuerpos luego virtualmente desaparecían; curiosamente una "reserva faunística y boscosa" como se la denominaba en ese momento.
La noche fue terrible por el miedo y los pensamientos, pero en las primeras horas de la mañana posterior nos sacaron del calabozo y sentados en un banco cerca de la oficina de la guardia, escuchábamos que un abogado de la Policía Federal, que trabajaba en Jefatura de Policía de la Provincia (lugar que estaba a tres cuadras de donde yo vivía) y era vecino de nuestro compañero donde habíamos estado estudiando, increpaba bastante duro al oficial porque nos habían detenido "sin causa aparente" y por "ser estudiantes de Arquitectura" (una de las carreras en las que más detenidos desaparecidos hubo). Cuando salió de esa oficina nos preguntó si queríamos presentar alguna denuncia, que presuponía la suspensión de tareas de los que participaron en el procedimiento, a lo que nosotros le contestamos que "ni locos, vos te imaginás si nos vuelven a encontrar en la calle...".
Cuando salimos al patio de la comisaría el pobre 128 parecía un "mecano" al que tuvimos que rearmar entre los dos porque ni los asientos nos habían dejado puestos.
La angustia de los padres de mi compañero por el no regreso a su casa y el no saber dónde estaba eran tremenda hasta que logró comunicarse. En esa época de celulares ni hablar, sólo los teléfonos públicos lo permitían, y lo vinieron a buscar.
A pesar de que en mi tiempo en La Plata tuve que vivir el atentado contra la Jefatura de Policía -que rompió todos los vidrios del lugar donde dormía-, ver cómo mataban a un estudiante de medicina a escasos metros del quiosco para el que repartía diarios, y varias cosas más. Pero de esa noche jamás en mi vida me voy a olvidar porque la muerte la "olí cerca". Por eso pienso que no hubo mejor título para el libro de la Conadep que "Nunca más", ni para mí ni para nadie que haya sobrevivido.
Ah... cuando llegué a la pensión, mi madre seguía durmiendo producto de las pastillas que tomaba. A mi padre lo citaron días después en la comisaría de Claromecó para que firmara no sé qué cosa, cuando volví me preguntó "qué c... te mandaste en La Plata" y ahí recién se enteró, pero esa es otra historia.

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