lunes, 7 de mayo de 2012

los pueblos turísticos, mucho más que una mercancia

turismo, cultura y política, de horacio ramírez

La Naturaleza no puede quedar nunca en manos de los poderosos...

Cuando se analiza la evolución del turismo de las costas bonaerenses, como en las demás formas nacionales y mundiales, se aprecia la influencia decisiva de los factores culturales en la dinámica turística antes que influencias económicas o políticas, aun cuando una fuerza cultural deficiente se abandone al poder político. De hecho, el escaso valor que los diferentes gobiernos -y la población en general- le daba a la zona costera -considerada inútil por estéril- había dejado la zona virtualmente virgen hasta entrado el s. XX.
Desde los primeros trabajos cerca de Mar del Plata en 1874 hasta hoy, la zona costera de la provincia de Buenos Aires ha definido los principales flujos turísticos de la Argentina. Pero este crecimiento de un siglo no ha desvirtuado el sentido cultural del fenómeno. En efecto: desde las grandes ciudades-balnearios -como Mar del Plata- se desciende hasta los pueblos balnearios como Reta o Marisol, pero en todos los casos se trata de emprendimientos guiados por el conflicto de un capital cultural con esquemas de inserción económica como factor de dominio territorial. Tal estrategia orienta a su vez la deriva política, como expresión social de esos mismos factores culturales y la deriva política define así la gobernabilidad del territorio. En este punto es donde se debe dirimir la participación directa del individuo generador de pautas culturales: o deja que los factores de poder dominen la situación -dejando espacio libre al emprendedor económico y su inevitable influencia en el poder político, muchas veces en forma de corrupción- o toma las riendas de la situación y acepta su cuota de responsabilidad en la generación de su propio espacio cultural, en nuestro caso, turístico.
Consideramos como necesariamente más saludable que sea la comunidad activa y unida la que genere las pautas de gobernabilidad y no que espere pasivamente al desborde de bienes desde las arcas del poderoso. Esto último no pasa jamás. Lo que ha pasado, por el contrario -y la costa bonaerense da viarios ejemplos al respecto- es que muchos pueblos han dejado en manos de emprendimientos particulares -de alta capacidad de control territorial- la administración del recurso costero y han ahogado y empobrecido a los ambientes naturales, lo que llevó al aislamiento y el hundimiento de la población local que les había dado la bienvenida.
En la gobernabilidad de un espacio se tiene que privilegiar el empuje cultural del pueblo que ha elegido vivir en ese enclave y que debe evitar que el poder político tome la iniciativa. Sólo en la unión de sus agentes culturales -libres de toda correlación con el poder político- se podrá ver el grado de fortaleza social que tiene una comunidad para dirimir sus propios desafíos ambientales y económicos. La capacidad política de un pueblo -representada en sus instituciones y en sus individuos- será su capacidad de definir qué pautas culturales orientarán su devenir social y la fortaleza cultural de esa comunidad debe ser la que defina qué turismo quiere para sí misma… El Estado, en todo caso, deberá aceptar su rol de servidor público antes que de dueño de la iniciativa pública y seguir y acompañar a los actores culturales de una comunidad -fuertes por su calidad humana y no por su capital- en la elección de su propio futuro.

Horacio Ramírez
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03/05/2012

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