miércoles, 4 de mayo de 2011

meteorito hallado en claromecó

el meteorito "Claromecó", de más de 20 kilos, se va a agregar a la selecta lista oficial de cuerpos extraterrestres que cayeron sobre Argentina y pudieron ser hallados.

por Matias Loewy
para el argentino
16/03/2011

Los meteoritos son ásperos y feos, como la higuera del poema de Gustavo Adolfo Becquer, compara Rogelio Acevedo. Sin embargo, agrega, "guardan para sí el misterio de la creación del mundo. Y eso solo los hace inefables". Doctor en geología del Centro Austral de Investigaciones Científicas, que depende del Conicet y tiene sede en Ushuaia, Acevedo es quizás el principal experto argentino en meteoritos, esos cuerpos sólidos que llegan desde el espacio exterior como escombros cósmicos de la construcción planetaria. Hace dos años, junto a Maximiliano Rocca, un analista de sistemas porteño especializado en la búsqueda de cráteres y asteroides, el científico publicó un exhaustivo catálogo de los 74 meteoritos encontrados sobre territorio argentino, incluyendo datos tales como procedencia, composición, peso total o, cuando hubo testigos, la fecha y hora de caída.

Ahora, Acevedo está terminando el proceso de clasificación de un nuevo espécimen, encontrado hace casi medio siglo pero que nunca había sido analizado, registrado ni nombrado de manera oficial. La historia empezó en 1963, cuando el agricultor Fermín Massigoge halló dos rocas marrones de alrededor de 13 kilos cada una, apoyadas en el cerco de un molino en un campo de Claromecó. "Seguramente, alguien que araba se topó con ellas y las puso ahí para que no molestaran", especula Massigoge. Hombre de campo, pero también aficionado a la ciencia ficción y a la geología, Massigoge sospechó entonces que podía tratarse de un meteorito. Y aunque confirmó la presunción con un par de geólogos conocidos, nunca divulgó el hallazgo por temor a los robos. Durante décadas, los bloques extraterrestres estuvieron de adorno al lado de la chimenea de su casa y su hermano solía usarlos para equilibrar la parrilla en los asados.

Pero hace poco más de un año, cuando asumió como vocal del Museo Regional de Claromecó "Aníbal Paz", Massigoge decidió exhibir ambos fragmentos. Y en el museo se encontró con Acevedo, quien también tiene una casa de veraneo en la localidad balnearia. La coincidencia fue productiva. "Al principio, él (Acevedo) no creía que se tratara de un meteorito", confía Massigoge. "Pero después se entusiasmó".

En efecto, Acevedo analizó en el laboratorio un trozo de casi dos kilos y constató que se trata de un meteorito de tipo pétreo, aunque todavía no determinó su composición mineral detallada. Cuando dentro de un par de meses se incorporen sus datos al boletín de la Meteoritical Society, algo así como el registro civil de los 30.000 meteoritos documentados en el mundo, el meteorito se va a llamar, como se acostumbra en esta disciplina, con el nombre de la localidad más cercana al lugar de caída o hallazgo. O sea, Claromecó, que así va a tener otro motivo para reforzar la popularidad que ya le dio esta temporada una publicidad de celulares.

La edad del "nuevo" meteorito es conocida: tiene, como todos, 4.560 millones de años, que es la edad del Sistema Solar. La mayoría de los meteoritos son los remanentes del proceso de formación de cuerpos sólidos que, en lugar de incorporarse a los planetas, terminaron orbitando como asteroides (muchos de ellos, en un cinturón entre Marte y Júpiter) antes de cambiar de rumbo y estrellarse contra el suelo por efectos de la gravedad o choques internos. Otros meteoritos también pueden ser trozos de planetas o satélites, como Marte o la Luna, o incluso rocas del núcleo de los cometas.

Más difícil es calcular la fecha, aunque sea aproximada, en que cayó el Claromecó. Massigoge desliza que algunas personas en el pueblo decían haber observado, en 1927, una especie de resplandor nocturno intenso, como si la noche se volviera día de golpe. ¿Pudo ser el meteorito? No es posible confirmarlo ni descartarlo. El método convencional para determinar la edad de caída (el análisis de los "isótopos cosmogénicos") es aplicable para fragmentos de meteoritos expuestos, explica Acevedo, y el Claromecó estaba enterrado antes de haber sido "exhumado", probablemente por un tractorista. La semana próxima, el geólogo del Conicet va a aprovechar un viaje a Tres Arroyos para revisar en los archivos del diario local algún registro de avistamiento.

Los interrogantes cronológicos son desafíos habituales para los cazadores de meteoritos. El análisis del catálogo de Acevedo y Rocca muestra que, de los 74 ejemplares "argentinos", sólo hubo testigos de la caída en un tercio de los casos. Algunas veces, se debe a su antigüedad. Campo del Cielo, un famoso campo de dispersión de meteoritos en un área de 1.350 kilómetros cuadrados entre las provincias de Chaco y Santiago del Estero, se originó en la caída de un pequeño asteroide metálico de 8 metros de diámetro y algo más de 800 toneladas, que se partió en mil pedazos al entrar en la atmósfera... hace 4.000 años. Luján, un meteorito de 50 gramos que encontró Florentino Ameghino cerca de lo que hoy es el pueblo de Jáuregui, se precipitó en tiempos prehistóricos, hace 20.000 a 50.000 años (cuando el hombre todavía no habitaba el actual territorio argentino). El centenar de cráteres de impacto en Bajada del Diablo, en Chubut, podrían haberse originado hace ¡130.000 a 780.000 años! por el choque de un cometa o un asteroide de más de 200 metros de ancho.

En otras ocasiones, aunque las caídas sean más recientes, lo que juega en contra son las probabilidades. "De cada diez meteoritos que caen sobre el planeta, siete se pierden inexorablemente en el mar. Y los tres restantes tampoco tienen muchas posibilidades de ser vistos y menos de ser encontrados", justifica Acevedo. "Es como buscar una aguja en una pajar". La mayoría se pulveriza al entrar en la atmósfera, y otros más grandes se desploman sobre sitios despoblados o se entierran. [Lo que no deja de tener una arista positiva: hasta ahora, las víctimas más conocidas de meteoritos en el último siglo fueron una vaca en Venezuela, un perro en Egipto, una carretera en España y un Chevy Malibú en California]

Ese carácter singular, junto a cierta aura de reliquia cósmica, hace que los meteoritos sean apreciados por coleccionistas. Aunque desde 2007 hay una Ley Nacional que declara a los meteoritos "bienes culturales" y penaliza su comercialización, sólo eBay ofrece 58 fragmentos de meteoritos argentinos. El gramo de D´Orbigny, un meteorito muy raro del que se recuperaron 16,5 kilos cerca de Coronel Suárez, en 1979, llegó a cotizarse US$ 1.000 en el mercado internacional.

Pero para Acevedo, el principal valor de Claromecó y el resto de los meteoritos es científico. "Nos acercan información sobre la formación de nuestro Sistema Solar, y si no fuera por ellos, sólo tendríamos acceso a través de misiones espaciales", dice. Por otra parte, el estudio de los meteoritos y los cráteres permite evaluar las posibles consecuencias de un impacto y puede contribuir a generar eventuales planes de emergencias. Episodios como el de Tunguska, en 1908, cuando la explosión de un cometa en Siberia derribó árboles, rompió ventanas y tiró gente al piso a 400 kilómetros de distancia, ocurirían estadísticamente cada 250 años. Impactos catastróficos, como el del meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios, al noroeste de la península de Yucatán, sólo acontecen cada muchos millones de años. "Una sola caída puede cambiar el curso de la historia. Y podría pasar mañana", advierte Acevedo, "aunque seguramente no". Este cronista se queda más tranquilo

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