domingo, 25 de mayo de 2014

tsas, héctor volponi y ricardo fernández en el recuerdo

la voz del pueblo - 25/05/2014
Homenaje a Volponi
Camino a la inmortalidad
 
Un relato sobre cómo fueron los días del teniente Héctor Ricardo Volponi en forma previa al Bautismo de Fuego en Malvinas. La dimensión humana en los preparativos en Tandil, los amigos, la familia y la convicción sobre la capacidad de la Fuerza Aérea.
 
Por Luis Satini

El 2 de abril nos sacude y nos alegra enormemente, la mayoría se entera por los medios de comunicación y otros cuando llegamos a la VI Brigada.
Un tenso "ambiente" traíamos desde la ciudad, ya que habíamos escuchado las noticias, sólo faltaba la palabra "oficial", esa que vendría de nuestro jefe de Brigada o de nuestro jefe de Grupo, comodoro Pedro Martínez.
Mucha era la ansiedad, hasta que a las siete y media de la mañana nuestro jefe de Escuadrón, por intermedio del suboficial mayor, nos ordena formar haciendo una "U. De pronto, de su Falcón blanco baja el jefe de Grupo, previo saludo, nos comunica...
"Señores, como es de conocimiento público, en las primeras horas de la madrugada, nuestras Fuerzas Armadas han recuperado las Islas Malvinas. Es por lo tanto un deber de la superioridad hacerles saber que, a partir de este momento, nuestra Nación se encuentra en estado de guerra con Gran Bretaña, los insto a estar preparados y listos para cualquier despliegue que se deba realizar. Nuestros horarios tendrán inicio, pero no final, se realizarán todos los aprestos para 'oscurecimiento' y guardias reforzadas...".
Así comenzó el 2 de abril de 1982 para todos nosotros. Nos miramos, sin saber si reírnos de alegría, o poner cara de preocupación...
Una nueva jornada se inicia. Es 3 de abril, la novedad para todos los que estamos en Tandil es que durante la noche se escuchó la sirena del diario Nueva Era, ubicado frente a la Plaza Independencia. Ese ulular de todos los fines de año hoy se transformó en un aviso de apagón general en la ciudad.
Dentro de la base, Ratti y Antonietti se dirigen al aula-oficina para seguir el curso "acelerado" de familiarización con los Dagger. Demierre llega a Tandil en enero volando A4C, con muchas horas y siendo jefe de Escuadrón; no bien comenzado el conflicto, pidió volver por su experiencia al sistema A4, pero se lo denegaron, aludiendo "necesidad" de pilotos para Mirage. Muy pronto se agregaría el Lobo Musso, volviendo de Aerolíneas, y contrareloj trabajaban el Villar, Puga y Dellepiane.
El 4 de abril, el comodoro Tomás Rodríguez recibe instrucciones para alistar los aviones hacia tierras patagónicas. Se ven los preparativos de los carros de despliegues, mayor cantidad de vuelos, con rumbos diferentes.
Me hago de tiempo y entró a la oficina de mi amigo Mario Guzmán y lo sorprendo con un fuerte... "¡Buen día! ¿hay mate?, no me dejaron tomar un solo 'verde' hoy, estamos de reunión en reunión, ¡Dale Mario! Todavía los británicos no llegaron...".
Este joven muchacho, muy gentil y divertido, también está preocupado. Se lo puede ver en su rostro. Me dice, como para cortar el aire "¿Cómo va todo Volpi?".
"Estamos a full -le contesto-. Estudiando, metidos en el aula. Hay que meterle horas, se van a llevar una sorpresa estos 'gringos'". Le pegué los primeros sorbos al mate y no terminaba nunca... por eso le digo "¡Che Mario, no seas ratón!, ponéle más yerba ¿Quéres que te traiga del bar del Grupo Aéreo?"
Con cara de asombro Guzmán sonríe y solo atina a decir, "lo que pasa es que me agarraste por sorpresa...". Entre risas, para distendernos un poco, le comento "viste, así somos los cazadores". Y le pregunto por su deporte favorito, el voley. Comenta que "ahora con esto de que no tenemos horario, se complica un poco". Mi respuesta lo tranquiliza: "Sí, claro, pero todo va a ir bien. Acordate, no se la van a llevar de arriba...".
De pronto, por los parlantes del Grupo se escucha "teniente Volponi, teléfono". Salgo al trote diciendo, "¡huy! Debe ser mi esposa que me está llamando" y riéndome le digo a Mario, "mantené el agua calentita". Sin saberlo, Marito había estado mateando y charlando por última vez conmigo.
Es el tercer día de pisar Malvinas por nuestras tropas. Aquí entramos a las 6.45; está absolutamente controlada la iluminación, los vehículos de la Brigada tienen tapadas las luces bajas y altas, y se debe transitar muy lentamente y con luz de posición.
Transcurre el 5 de abril, presiento un fuerte movimiento para el día de hoy. Entro sin saberlo por última vez a la Brigada, llego al "Fijo A", es temprano, todavía está oscuro, un reflector ilumina mi cara y pareciera atravesar mi cupé Chevy desde el capot hasta el asiento trasero. Al verme, los soldados levantan la barrera y el suboficial que está a cargo sale por el costado, junta sus tacos y me saluda con la venia, con mi ventanilla baja le digo "dos", me dice... "señor nos dieron la orden de avisar a todos, que deben tapar todas las ventanas y/o vestigios de luz hacia afuera". Mi pulgar hacia arriba le da tranquilidad y prosigo mi camino hasta el Casino de Oficiales.
A medida que circulo veo el pasto recién cortado, se ve que los colimbas hicieron un buen trabajo. El Gloster en la rotonda se confunde con la neblina. Voy mirando todo con cierta melancolía, sé que mi despliegue será hoy y a decir verdad, no sé cuándo volveré a transitar estas calles; lo he hecho una y otra vez, durante muchos días de mi vida, pero nunca me llamó la atención y ahora esta acción tan sencilla, me parece relevante.
Sigo a la izquierda, y sobre la derecha veo los juegos y la pileta donde muchas veces nos sentamos a charlar con Marita, de nuestro futuro, de nuestros hijos. Seguro en ese tobogán celeste y blanco jugará Soledad, y además Ricardo, que según los médicos viene en camino.
Paso por el frente del Casino, hay estacionados varios automóviles particulares y también vehículos de la Fuerza Aérea, giro a la derecha y estaciono detrás.
Del baúl del auto retiro mi bolso, ingreso por la puerta que queda pegadita a la cocina, y me deja en mi habitación que queda rumbo a la sala de juego, en su puerta está el 14, lo observo, giro el picaporte e ingreso.
Abro una de las dos puertas que tiene mi placard, dejo mi ropa recién planchada en los estantes y retiro la de fajina, me siento en mi cama, de esta manera puedo colocar mis borceguíes más fácil. Me quedo un rato más que todos los días, observo y observo, busco en las paredes la fuerza necesaria para salir y en la cabecera está el crucifijo de madera, en él "clavo" mi vista, arreglo mi pistolera, ajusto mi cinturón y me dispongo a salir, paso por el baño y acomodo mi cabello, lo veo un poco largo para mi gusto.
Salgo al pasillo, me abrazo con Bean y Bernhardt que también van para el comedor, pasamos frente a los casilleros de correspondencia, observo y no tengo nada para mí. Llego, me siento y el murmullo invade el salón, detrás mío está el hermoso cuadro de Ezequiel Martínez de los Mirage y me pregunto... ¿sabremos qué hacer llegado el momento? ¿estaremos a la altura de las circunstancias? Y mientras le coloco manteca a mi tostada y le digo gracias al soldado que me sirve el café, se me escapa la sonrisa sabiendo como los vamos a recibir si se atreven a venir...

Hacia Malvinas
Desayuno y comparto ideas con mis camaradas de la mesa. Es una mesa para seis, pero sólo somos cuatro. Termino mi café con leche, me incorporo, saludo a todos con una broma, con mi mano derecha aplano mis bigotes y salgo por la entrada principal; de inmediato, un colimba se acerca con la F100, me subo, me saluda respetuoso y otra broma sale para él, que lo veo como nervioso y solo mira para adelante. "La próxima que vengas, que sea una chiva, sino no subo", comento.
Pasamos por la rotonda, levanto mi vista y miro nuevamente el Gloster gris metalizado. Mientras comenzamos a transitar la larga recta que nos lleva al Grupo Aéreo, observo a mi izquierda, a un costado del camino, un espacio verde y que con el tiempo se volverá un bosque sagrado. De frente viene el Mercedes 1112 con cierta velocidad y dentro de él, tres suboficiales con cara de preocupados.
Pasamos por delante del hangar del grupo técnico, los hombres parecen multiplicarse, y los últimos aprestos nos indican que nuestra participación es inminente.
Desciendo, camino hacia la entrada del sector del Grupo Aéreo. Allí también están Mir González, Dimeglio, Román, Valente, Moreno, Robles, Janett, Bean, Ardiles y Aguirre Faget, que llegaron con maletas y bolsos.
De la oficina del comodoro Tomás Rodríguez salen apresurados Napoleón Martínez y Guillermo Cimatti, que le grita al Flaco Maffei: "¡Nos juntamos todos en el aula en cinco minutos, avisá!".
La hermana de Mario Guzmán, Cristina, prepara los mejores mates, por lo que voy y me acobacho en su oficina. Me cruzo con Mario que venía a saludarla y salgo para la reunión.
Mientras caminaba a paso firme pude ver una "interminable" línea de Dagger, estaba siendo alistada y nosotros, los pilotos, íbamos a la reunión de vuelo, por lo que el despliegue era inminente.
Poco después de media mañana, y en un silencio absoluto, salimos del Grupo. Era un silencio muy raro; caminamos por la calle que debe tener unos 150 metros.
Todos sabíamos "íntimamente" que nos estábamos despidiendo de amigos, a los cuales muchos ya no veríamos más.
Subo a mi Dagger, desde mi asiento y mientras me ato, puedo ver hacia el sector de la "casita de techo rojo", una línea de aviones jamás vista o puede que la circunstancia, así me lo hace notar. Sabíamos que en el aire éramos imbatibles y era nuestro lugar.
Levanto apenas mi mano enguantada para saludar a mecánicos, técnicos, personal civil y muchos otros que nos despedían, marchábamos a la guerra.
Comenzamos los últimos aprestos, motores que rugen, los Dagger quieren irse, quieren estar ya en el aire. De a uno vamos saliendo.
Así fuimos dejando el cielo de Tandil para ver el cielo de Malvinas. Muchos no volveríamos, pero con nosotros llevamos esa imagen que jamás se nos borrará.

Breve regreso
Luego de 12 días de intenso entrenamiento y reuniones, de cómo atacar la flota que se aproxima en constante amenaza, llego nuevamente a Tandil. Veo el gran trabajo que está haciendo "dispersión", trasladando un avión a pulso debajo de los árboles, entre el Grupo Técnico y Paracaídas.
Solo estoy unos minutos en mi querida VI Brigada Aérea. Mi comunicación previa desde el sur me entrega una nueva posibilidad de ver a Marita, quien me ve llegar y nos confundimos en un abrazo interminable, charlamos y juego con Soledad. Noto como había crecido mi hija en esos días y también veo "la panza" de dos meses, donde Ricardito esperaba por nacer.
Esta vez ni siquiera tengo tiempo de compartir los ricos y famosos mates con los Guzmán. Subo a mi Dagger y comienzo mi "re-despliegue" de uno de los escuadrones más famosos de la historia de la aviación mundial, Las Avutardas Salvajes. Allí se iniciaría otra historia, pero ustedes ya la saben y saben de mi final.
 
 
la voz del pueblo - 25/05/2014
la memoria: un tal Fernández
 
Escribe Stella Maris Gil

- ¡Hola Cacho, como está usted!
Y la figura adusta saludaba con afabilidad.
Cacho siempre vivió en la segunda cuadra de "la gauchita" y en sus idas y venidas construyó un legado para la ciudad y sus descendientes realmente invalorable.
Se llamaba Ricardo Fernández.
Durante mucho tiempo traté de encontrar los manuscritos de su programa radial en LU24 "De todo un poco", búsqueda infructuosa hasta que un día sonó el timbre de calle de mi casa y me entregaron sus archivos, entre ellos la citada audición.
De ahí en más me adentré a conocerlo a través de sus escritos, los documentos y sus coetáneos.

Sus amores
Más allá de su familia, de su amor por Quita, su esposa, el Club Huracán fue su pasión. A raíz de uno de los triunfos futboleros del club escribe "Y reiterándoles que siempre hemos estado con la camiseta puesta, sin que ello nos obnubile para juzgar méritos y esfuerzos ajenos, debemos decirles amigos que -y sin necesidad de electrocardiogramas- comprobamos que anda bastante bien el reloj del lado izquierdo que, como dijimos una vez, no sabemos ya si es un corazón que se hizo 'globito' o un 'globito' que se hizo corazón" (13 de marzo de 1978).
Cruzó la entrada del club a los catorce años para jugar al fútbol y al básquet. No se fue más. Accedió a la dirigencia. Entre otros cargos fue su presidente desde 1943 hasta 1954. Allí se afana por el plan de obras: salón bar, cancha de pelota cerrada, cancha de básquet cerrada la que da a la calle Suipacha, las canchas de bochas cerradas, el corrimiento de la de fútbol para hacer la pileta de natación, la torre y los vestuarios, entre tantas cosas. Luego, en la Liga, marca conductas y acciones.
Su otro amor fue el periodismo, tal vez por genética. Era hijo de aquel español anarquista que fundó el periódico La Voz y que fue uno de los iniciadores del diario La Voz del Pueblo. Siguió la huella dejada por su padre y desde las páginas de La Hora llegó a escribir -según dicen sus allegados- 700 artículos en el mismo, con temas de la actualidad de esa época. También lo hizo en Noticias Gráficas, donde se dedicó a las crónicas de la guerra civil española (1936-1939) en favor de la República.
Sentado frente a su vieja máquina escribe y escribe con sólo tres de sus dedos que vuelan sobre el teclado: lo que ve, lo que siente, lo que rechaza.
Utilizaba en ciertos textos el seudónimo de Juan Pérez. En uno de ellos simula un diálogo con San Martín que le dice "Hace tanto tiempo que siento nostalgias del verdadero homenaje, del que es el pueblo mismo, sin ruidos ni oropeles, sin invocaciones patrióticas de circunstancias...que no se ratifican con una conducta encaminada sobre las directivas que ellas trazan..."

De todo un poco

Sus notas en la audición radial son fruto de largas investigaciones. Tengo en mi poder numerosas de ellas. Las preparaba con disciplina periodística. Coordinaba con el técnico los diferentes momentos: cortina musical, pausa, todo presentado por escrito, nada al azar. Luego avanzaba con los temas explicitados en el título del programa. Es una charla con los oyentes. Les cuenta cosas ciertas de la zona y del mundo, fruto de esa infinidad de recortes, ordenados en sus carpetas. Allí guardaba valiosas copias de documentos auténticos que parten de los inicios del pueblo, desde la época de Carlos Gomila en la década del '80 en el siglo XIX, hasta la historia reciente.
El mundo mirado con atención pasa en sus monólogos. Lo hace íntimo cuando se dirige a don X y doña X, que encarnan a cualquier vecino, siempre les cambia el nombre, hoy serán doña Encarnación y don Pedro, mañana serán otros personajes ficticios y les imagina un menú para su cena y siempre les aconseja dar la vuelta a la manzana tres veces para conservar mejor su salud. Los memoriosos recuerdan que por las noches se decían: - "No te olvides de la caminata nocturna, como dice don Ricardo".
En la radio comenzó con un programa de 10, 15 minutos llamado "Recuerdos de un tresarroyense", luego "De todo un poco" que duraba media hora hasta que se amplió a una hora. Concluía a las 22 horas. Se espació en parte de los años '70 y '80.

Vida cotidiana
Siempre tenía su correspondencia al día. Son interesantes la mantenida con el historiador dorreguense Funes Derieul, donde ambos indagan la historia regional con profundo análisis e intercambio de conocimientos. Le escribe "Una vez más, feliz 1987... . Tengo en reserva un 'habanito' para obsequiárselo, cuando nos encontremos. También el amigo Arévalo de La Perla, me hizo referencia a que tenía algún 'tabaco' para usted...". Jovial, a pesar de no ser una persona de sonrisa fácil.
Nadie puede negarle su amor a la tierra al leer sus profundas indagaciones.
La "gauchita" era la calle donde él vivía a la que siempre nombra, no sabemos quien la bautizó así. Fue el lugar que construyó su padre, dejándoles un seguro techo. Falleció cuando él y su hermana eran niños.
Cacho, ante esa partida, tuvo que salir a trabajar. Hizo de todo, trabajó en la imprenta de su padre y en la escribanía que estaba en la misma cuadra de su casa. Mucho tiempo después, graduado del viejo colegio Mitre ingresó al estudio Gatti, hasta que creó su estudio propio.
Ya hombre grande y con familia constituida se había lanzado a la aventura de estudiar escribanía en Córdoba y posteriormente abogacía. Con título en mano se dedicó principalmente a la parte de sucesiones. Su profesión no le restó tiempo para otras múltiples actividades. No se perdía el cafecito con los amigos en el viejo bar Tortoni, allí en el 140 de Colón, hasta que se corrió una cuadra cuando aquel cerró y se hizo cliente de La Perla en Colón al 200.
Todas las noticias y también discusiones corrían en esas mesas que compartía a veces junto con Delfor Regot o Mario J. Pérez, Egidio Naveyra, Jorge Casinghino, por nombrar a algunos según las épocas. Allí no había distingos entre peronistas o radicales, Agenor Pizarro o Juancito Guerrero muchas veces compartían las charlas.
Era un cinéfolo en Tres Arroyos o en Buenos Aires, donde acudía a ver los últimos estrenos o a Les Luthiers.
Multifacético. Hasta tuvo tiempo para escribir algunos libros y cuentos como "La última pesca" y poesías como aquel Canto que terminaba con estos versos:
"Y, cual brisa que arrulló tu estampa
Redobló el galope de un corcel
En el tambor inmenso de la Pampa" (1963)
Y aquellos escritos sobre personajes de Tres Arroyos: Mateo Mastronardi (1974); Betolaza (1966); Un maestro, don Emilio García de la Calle (1978).
Sus manuscritos son un compendio de escritos de grandes pensadores que llaman a la reflexión y por sobre todo contienen la vida de su ciudad, su historia, su transcurrir.

El político

También batalló por esas instancias en aquellos debates azarosos del 46 al 55, donde fue concejal acompañado en los dos últimos años por sus correligionarios: Larsen, Santandreu y Mastronardi.
Fue radical de punta a punta. Desde las juventudes de los años 30 enfrentadas con Fresco y contra los habituales fraudes, hasta llegar a una senaduría provincial, hasta que la caída de Frondizi lo hizo renunciar. Quiso ser intendente y se presentó a la interna, por la UCR del Pueblo, pero le ganó su antiguo camarada Feálix Larsen, candidato de la UCRI.
Gran orador, acompañó en sus giras a Ricardo Balbín, que siempre lo buscaba para acompañarlos y también militó junto a dos Ricardos más: Ricardo Fuertes de Coronel Dorrego y Ricardo Rudi.
Eso sí, nunca aceptó cargos que no fueran electivos, era un demócrata y aunque recibió propuestas, a todas se negó. Siempre mostraba su antipatía hacia Francisco Franco, por ejemplo, y a todo enemigo del orden institucional.
Sufrió traiciones como todo hombre comprometido con su medio. Una larga e innombrable lista.
Pero don Ricardo Fernández supo sortear las piedras del camino.

Un hombre de su tierra

Cacho, tresarroyense de nacimiento y de alma, tuvo como vemos, intensa participación en las cuestiones ciudadanas. "De todo un poco", como titula a su programa radial. Vivió siempre en la misma casa. De allí salía para el club, el periódico, el café, el Juzgado, Claromecó y también la docencia. Dio clases de historia en el Colegio Jesús Adolescente y en el Colegio Nacional ubicado en Chacabuco 138. Sus antiguos alumnos lo recuerdan como un ameno expositor que exigía saber el Preámbulo de nuestra Constitución y por supuesto su articulado, para que, explicaba, sean en el futuro ciudadanos de verdadera vida democrática.
Viajero incansable, hurgaba en la idiosincrasia de los pueblos que visitaba, buscaba su esencia. De este modo pudo recorrer el continente, conocer in situ sus historias desconocidas y así sentir con más profundidad la Patria Grande latinoamericana que él comentaba en sus clases, como buen sanmartiniano y admirador de Bolivar.

No hay comentarios :

Publicar un comentario