viernes, 21 de octubre de 2011

por un turismo sostenible en nuestras costas

la voz del pueblo - 21/10/2011
escribe: horacio ramírez


Son muchas más las formas de degradar un ambiente que de protegerlo ya que degradar es más barato a corto plazo -pero mucho más caro o impagable a largo plazo-, mientras que la protección requiere de esfuerzo intelectual y económico y, tal como es propio de culturas en desarrollo, los que deciden los flujos del dinero público no suelen participar con igual intensidad de los procesos intelectuales. Ante tal disociación, los eslabones materiales y energéticos que reaseguran la calidad de vida y supervivencia, son los primeros que se resienten: es una ley ecológica que el elemento dotado de mayores riquezas ecosistémicas habrá de ser el más frágil. Lo sabe un jugador de fútbol que reconoce en las articulaciones de sus piernas los puntos donde residen tanto su mayor habilidad como su mayor debilidad estructural. Sin embargo, y tal como dijimos, al estar los que deciden los flujos de los dineros públicos disociados del saber y de la sensibilidad que ese saber genera, los eslabones ambientales que deciden la calidad de nuestra vida futura cederán ante la urgencia de la ganancia.



'' MIENTRAS EL ESPERADO RECAMBIO INTELECTUAL LLEGA, LA TOMA DE CONCIENCIA DE VECINOS Y TURISTAS SERA LA ÚNICA HERRAMIENTA CON LA QUE CONTAREMOS ANTES DE QUE LA NATURALEZA COMIENCE A PONER LAS COSAS EN SU LUGAR Y FINALMENTE NOS QUEDEMOS SIN NADA ''
Hasta aquí, la teoría.

En el caso particular de las costas bonaerenses, las ganancias rápidas que se obtienen en el complejo impositivo inmobiliario como consecuencia de la industria turística, sólo han servido para ir degradando progresivamente la calidad ambiental. Como reconocen Dadon y Matteuchi (El impacto del turismo sobre los recursos naturales en la costa pampeana argentina. 2002 Eds. Lugar) la urbanización costera ha avanzado sobre tierras potencialmente agrícolas o sobre campos que son reservorios de arena. Estas prácticas incluyen las avenidas costaneras; los edificios sobre el frente costero; las bajadas artificiales cortando médanos o acantilados; la inversión de las líneas de drenaje; los desagües pluviales y cloacales en el mar; la privatización de las playas; la sustitución de la biota nativa por especies exóticas (la fauna que “adorna”); la sobreforestación (típico del funcionario desinformado que “arregla todo cuestionamiento ambiental plantando árboles”); la contaminación visual con carteles publicitarios; la contaminación lumínica (iluminando playas) etc.

Los conocimientos y la sensibilidad ambientales van de la mano y con ellos, espontáneamente, el funcionario aboga por la supervivencia del sistema, donde el poder se rinde ante la autoridad de la Naturaleza. Por el contrario, la ignorancia de base sobre el tema por parte de los centros de decisión, abre paso natural a los intereses creados y a un poder que buscará subyugar a las incontrolables fuerzas naturales. Por su parte, el funcionario conocedor de la temática se debe a un espacio de acción sesgado por el escalafón burocrático -y el interés político- y es allí donde comienza el deterioro del conjunto (G. Bateson “Pasos hacia una ecología de la mente” -1976- Ed. Lohlé).

En este sentido, el fenómeno de la territorialidad (Sack, R. -1986-. Human Territoriality. Cambridge University Press-UK), que se define como el desarrollo de estrategias para afianzar intereses y los medios para obtenerlos en un área determinada, es un concepto que resume el origen de la patología social del centro turístico que deteriora su entorno al limitarse a la apropiación de terrenos en las áreas involucradas; la existencia de leyes relativamente inoperantes -como el decreto ley 3202/06, la Ley N° 12.257, el Decreto Ley N° 8912/77, la Ley N° 11723 de Protección de los Recursos Naturales y del Ambiente- que resultan entorpecidos en su aplicación por el cruce con estos intereses, todo debido, en esencia, a un cuestionable control estatal. Esta combinación de factores requiere de un elemento crucial para su desarticulación: que en los estratos de decisión se produzca el recambio intelectual que la civilización hoy reclama y que en nuestras sociedades subdesarrolladas (léase: subeducadas) no llega a darse, privilegiando un gran negocio inmediato perdiendo el recurso, a un buen negocio de largo aliento conservando el recurso. Nuestras playas están en esta encrucijada. Mientras el esperado recambio intelectual llega, la toma de conciencia de vecinos y turistas será la única herramienta con la que contaremos antes de que la Naturaleza comience a poner las cosas en su lugar y finalmente nos quedemos sin nada.

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