domingo, 20 de enero de 2013

recuerdos de tsas

la voz del pueblo - 20/01/2013
recuerdos de la sociedad civil

El 13 de enero de 1966, hace poco más de 47 años, falleció quien que con su tarea buscó brindar tranquilidad a vecinos durante las noches. Salvador Mónaco llegó a ser "una institución en el pueblo".
Un artículo escrito por Roberto Petrini en los años 80, en la recordada sección Vieja Crónica de la Patria Chica, rescata a un personaje legendario de Tres Arroyos
La patria chica parece añorar ahora la presencia en sus calles de aquellos tipos populares que, de una u otra manera, matizaron la vida cotidiana con sus modalidades y actitudes peculiares, a veces rayanas en el pintoresquismo que los distinguieron de los demás vecinos. Con ellos habría para formar una verdadera galería y, si se quiere, exaltando aspectos de su sicología, para constituirlo en personajes de cuentos, novelas y sainetes.
No sabemos si hoy existen esas clases de tipos tan característicos en los ambientes de pueblo, y si los hay seguramente pasan prácticamente inadvertidos por la misma razón de que cuando los pueblos crecen, las relaciones ciudadanas van perdiendo esa calidez íntima que da uno tono familiar a los contactos entre vecinos.
Estos tipos se encarnaron tanto en las figuras del fotógrafo de plaza, el lustrabotas, el sereno nocturno, como en las del manisero, el organillero o el "turco" de las baratijas. Algunos de ellos, por su manera de ser, conformaron un riseño anecdotario que coadjuvó a perpetuar su memoria a través del tiempo. Claro que como figura precursora de estos personajes no podríamos olvidar a la famosa Pampa Rosa que, sin proponérselo, logró gran popularidad allá por la década del 20.
Unos 20 ó 25 años atrás, cuando se veía que era inminente la extinción dentro del consenso público de esos tipos, todavía en las noches tresarroyenses una figura que irradiaba singular simpatía, paseábase con porte seguro y con gesto de vigilante atento por las calles del centro. Era el sereno particular don Salvador Mónaco. Bajo de estatura pero bien erguido su pecho como si con este gesto quisiera imponer temor a los discípulos de Caco, y luciendo en su cabeza una gorra que le daba cierto aire marcial, don Salvador, con su ronda permanente, posibilitaba el sueño tranquilo de los dueños de los principales negocios de la ciudad.
"La noche podrá ser fría, lluviosa y triste -dice la vieja crónica-, noche que invite a buscar el calorcito hogareño, junto a la aristocrática Salamandra o el democrático brasero, o a ponerse simplemente al amparo acogedor de las cobijas; podrá ser también cálida y alegre de esas que arrastran a la calle en procura de la fresca brisa o de la ilusión de ella; pero gélida o canicular, tormentosa o clara, allí estará siempre en su puesto el sereno particular don Salvador Mónaco". Sigue diciendo la vieja crónica que a Mónaco tanto se le veía situado como una estatua en el mismo centro de una esquina, ora emergiendo como una sombra de un portal oscuro o ya marchando presuroso porque ha visto a lo lejos algún movimiento sospechoso, sin contar los momentos en que debió soportar filosóficamente la lata o la broma peasada de algún noctámbulo divertido.
Como todo hombre bueno, don Salvador no estaba desprovisto de cierto candor que lo predisponía a creer que todo el mundo era igual, y por ello aguantó con resignación algunas anécdotas que rodeaban a su función de sereno que, aunque risueñas, no sobresalían precisamente por el buen gusto. El sabía que cumplía con su deber y eso le bastaba para seguir realizando su trabajo como sereno, siempre atento y siempre solícito hasta para suministrar algún dato al viandante nocturno que se lo requiriese. Acaso por ser el único en ese tipo de tarea, que cumplió por el término de 30 años, llegó a constituirse en una institución en el pueblo, y si en alguna oportunidad no pudo evitar hechos lamentables, no pocos fueron impedidos por su sola presencia. Es claro, no era Superman como para poder con todos, ni tampoco era mago para ver lo que sucedía en determinado sitio mientras él atendía la vigilancia en otras cuadras. Para eso se hubiera necesitado una patrulla policial fuertemente armada.
Había nacido en Benavento (Italia) y emigró a las tierras de América; pero ni en Estados Unidos -donde trabajó en una fábrica de vidrio- ni en la Argentina pudo convertir en realidad ese sueño que impulsaba a los inmigrantes a abandonar sus patrias: precisamente el de "hacer la América". Vivió siempre modestamente, pero exhibiendo en todo momento su honradez.
Ahora, don Salvador Mónaco ha pasado a engrosar esa lista de personajes legendarios a los que el tiempo ha rodeado de un halo poético al quedar asociados a la vida pasada de la patria chica que, a través del prisma de los años, también se nos antoja matizada con todos de poesía.



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