lunes, 29 de noviembre de 2010

y...? qué vamos a hacer al respecto???

El último verano de las playas argentinas

Gran parte de la sociedad argentina disfruta desvistiéndose cada verano en las playas bonaerenses. Conjuntamente con sus cuerpos, también desnuda un atávico desprecio por el entorno natural. Solo concibe el paisaje, y lo disfruta, en la medida que pueda modificarlo y adecuarlo a sus costumbres y modas urbanas. Los turistas, en su mayoría, dicen concurrir a la costa en busca de paisajes naturales, paz y tranquilidad. Pero al llegar, invaden la arena con vehículos todo terreno, en los cuales, luego, destruyen las dunas. El resto se apiña sobre la arena sucia, entre vehículos, áreas exclusivas (de otros) y puestos de venta.

Urbanizaciones sin planificación ni control, boliches sobre la playa pública, luces y ruidos durante casi las 24 horas, cemento y aglomeraciones. Este es el panorama actual de las playas argentinas. Muy diferente de los anuncios que “venden” naturaleza y tranquilidad, y de lo que supuestamente los turistas dicen buscar.

Probablemente, esa búsqueda de naturaleza y tranquilidad sea el íntimo deseo de una sociedad agobiada por la urbanidad y sus consecuencias. No se comprende entonces, porque los lugares naturales son tan mal tratados, depredados y arrasados por la prepotente y egocéntrica vorágine de consumo y exceso.


La exitosa y triste conquista de las dunas

foto de walter raymond

Fue la denominada Campaña del Desierto la que nos enseño, a la sociedad argentina, a considerar que los espacios naturales nos pertenecen y están allí solo para ser apropiados en nuestro beneficio. También de ella aprendimos a justificar nuestra barbarie en pos de un supuesto e impreciso “progreso”.

Las banderas del progreso y el desarrollo económico flamean sobre las playas aunque no es para todos. Casi las tres cuartas partes de la costa bonaerense ya han sido ocupadas, y en algunos casos, devastadas, con urbanizaciones y emprendimientos sin planificación ni control.

El paisaje natural pareciera angustiar a los nuevos conquistadores. La arena, ha sido aquietada con árboles exóticos y las playas estrechadas con edificaciones. Las dunas rebajadas o eliminadas para facilitar la visual o edificar en su lugar. El cemento llega hasta casi la línea de marea y, a veces, un poco más allá. El silencio, el rumor del mar y canto de los pájaros, han sido suplantados por altoparlantes, bullicio y bocinas.

Las idílicas imágenes de postales y anuncios casi no existen. El paisaje está degradado y la fauna y flora original casi ha desaparecido. Las playas ya no lucen los atractivos que atraían al turismo. Empero, en este páramo, surgen grupos de ciudadanos que intentan rescatar del naufragio el paisaje natural y su calidad de vida.

La costa, mucho más que una orilla

La costa es mucho más que una simple orilla del mar. Es una gran zona de transición entre el mar y la tierra que está en continuo reacomodamiento por factores geológicos, climáticos, meteorológicos y humanos. Respetar esta zona, dónde el planeta muestra su fina labor de equilibrio ambiental, puede regalarnos mucho más que un paisaje bonito.

Los médanos costeros absorben el impacto de las tormentas estacionales y constituyen reservorios de arena y de agua dulce. La flora distintiva facilita la creación y eventual fijación de dunas. A su amparo, se crean las condiciones de hábitat de insectos, lagartijas, aves y pequeños mamíferos. Se integra así un ecosistema único que subsiste en delicado equilibrio.

La línea de marea es, a su vez, hábitat de microorganismos, pequeños crustáceos y moluscos como las almejas y berberechos. Constituye un área de descanso, alimentación e incluso nidificación de aves, algunas de ellas especies migratorias que vuelan miles de kilómetros antes de arribar a estas playas.

Resulta admirable el poder observar este casi imperceptible hacer y deshacer de la naturaleza en tan breve espacio. Apenas una franja de territorio de entre 2 y 5 kilómetros de ancho donde cada especie juega un rol vital para el conjunto, y también, para los habitantes y sus urbanizaciones.

La cultura de los efectos colaterales

Para disminuir el impacto social de algunos crímenes, se ha acuñado el término “efectos colaterales”, que encierra un despectivo concepto sobre la importancia y valor de la vida de los otros.

El paso por la playa de camionetas, motos y cuatriciclos modifica la estructura de la arena y aplasta la vida oculta bajo su superficie. El trepar de estos vehículos por las dunas no solo altera su estructura, arranca la vegetación y mata o expulsa a los animales que en ella viven. Ambas acciones degradan la playa y las dunas posibilitando su desaparición. Seguramente, estas inocentes diversiones motorizadas no buscan destruir o matar, pero lo hacen.

Construir “boliches” sobre la playa pública, o groseros emprendimientos inmobiliarios que se apropian y destruyen el paisaje y el entorno de todos, también es considerado “efectos colaterales” menores por los impulsores de la magna búsqueda del bienestar del turista o, mejor dicho, de su dinero, sin importarles el daño al medio ambiente y la sociedad.

El delicado encanto de la selectividad

A pesar de esta violencia irracional contra la naturaleza, aún quedan algunos espacios naturales en las playas de la provincia de Buenos Aires. Lógicamente, estos espacios están amenazados, ya tienen diseñados o se están llevando a cabo proyectos de apropiación.

Las dunas del sudeste bonaerense están en la mira. Otras áreas, como la Reserva Faro Querandí cercana a Villa Gesell y varios sectores aún libres a lo largo de la costa, ya han sido apropiados o están en riesgo de serlo, y este, quizás pueda ser el último verano de la costa natural bonaerense.

Lo que a través de casi 100 años fuera una conquista masiva, desordenada y por momentos brutal de la costa, en los últimos años se ha transformado en selectiva, pero por ello no menos letal para la naturaleza, biodiversidad y sociedad.

Sectores con mejor economía que el conjunto migran desde las antiguas mecas del turismo hoy degradadas. La masividad, hacinamiento e inseguridad, entre otros factores, no resultan, justificadamente, ámbitos adecuados para vivir o vacacionar.

Es entonces que condominios, barrios cerrados y balnearios exclusivos, se apropian de las arenas aún libres. Bajo la simpática denominación de emprendimientos ecológicos o amigables con el ambiente, se vuelve a transformar el paisaje natural a gusto y semejanza de determinados sectores.

En esos lugares, para facilitar la vista de la playa se nivelan las dunas. Se brinda sombra forestando con especies exóticas, suavizan la arena con césped inglés y fumigan, para eliminar cualquier vestigio que recuerde que ese era un lugar natural. Extienden caminos y cercan la playa, que es pública, pero cercada evita enojosas interferencias de vulgares turistas.

Convivir en lugar de prohibir

De continuar con esta actitud, está cercano el día en que no haya más lugar, y entonces será un incontenible todos contra todos. Podemos y debemos detenernos, no se trata de prohibir, se trata de convivir. Dejar atrás los conceptos de apropiación y utilización de los recursos naturales en beneficio de unos pocos, para tender a la integración del hombre con el entorno. Se puede hacer una costa más amigable donde la gente disfrute, cuide y vuelva.

Crear espacios delimitados claramente donde el tránsito, estacionamiento y diversión en vehículos todo terreno sea posible. Pero a su vez, estipular áreas de la costa donde solo se pueda ingresar a pie, y otras, donde la presencia humana sea limitada.

Declarar urgentemente área protegida a las dunas de Coronel Dorrego y a toda la costa bonaerense. Hecho que permitirá delimitar nuevas áreas bajo protección, planes de manejo consensuados, docencia y vigilancia efectiva. Pero también permitirá detener a tiempo los impetuosos, irrespetuosos e irresponsables negocios inmobiliarios de una minoría.

Con la totalidad de la costa bonaerense bajo la legislación de área protegida, será posible planificar la recuperación del paisaje natural en las urbanizaciones actuales. También, escuchar a los vecinos que expresan que la arena, el rumor del mar y el canto de los pájaros es el patrimonio natural de su localidad, y no el boliche de onda en su playa, que en realidad, es solo un negocio de verano que beneficia a otros.

Claro, que para ello habrá que convencer a intendentes, concejales, legisladores y funcionarios de que el progreso, tal como ellos lo conciben, forma parte del pasado. Quizás, algunas personas añoren ese pasado, donde los lugartenientes del general Roca fueron retribuidos con extensiones de tierra por sus servicios durante la conquista.

Walter Raymond – Refugios Naturales
http://www.refugiosnaturales.com.ar/

http://www.hacercomunidad.org/escribi/articulo/9160


29/11/2010

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